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Lleva quince días postrado en una cama sin poder salir de casa y todavía tendrá que esperar, por lo menos, otros doce. Una situación incapacitante ... y desmoralizadora en la que Miguel Ángel López Alonso, de 76 años y parapléjico de cintura para abajo, está sumido desde que el día del apagón dejase de funcionar el ascensor de su edificio, el número 8 de la calle Juan Alvargonzález, en Gijón. «Este mes para mí va a ser un bajón», relata. Y no se refiere a lo anímico, sino a lo físico.
Desde que el 28 de abril se quedaron sin ascensor en el edificio, solo ha salido de casa dos veces. Una, el mismo día del apagón, que le pilló fuera y aprovechó para cenar en un restaurante «de aquí al lado» mientras esperaba a que volviese la luz. En su bloque, la electricidad no se restableció hasta el día siguiente, por lo que tuvo que acabar llamando a los bomberos para poder entrar en casa aquella primera noche. La otra, hace unos días, para acudir a una cita médica que tenía desde el año pasado en el Hospital de Cabueñes, para la cual también requirió la ayuda de los bomberos.
«La primera vez que subí (vive con su mujer en un tercer piso) estaba muy bien, porque estaba de hacer ejercicio, pero ahora ya no», explica. Los bomberos intentaron bajarle con la silla por las escaleras, pero «bajamos solo un piso y era muy engorroso, así que me apoyé en el pie derecho, ya que con él todavía me aguanto de pie, y entre su ayuda y el tacatá fui arrastrando el pie izquierdo y conseguí bajar». Y todo ello porque, a raíz del apagón, la placa electrónica del ascensor se estropeó y ya no volvió a funcionar.
«Al principio creían que la avería iba a durar uno o dos días», cuenta López, pero «la que se ha estropeado no es una pieza cualquiera, cuesta 8.000 euros y nos dicen que hasta la semana del 21 de mayo no llegará». Según la empresa Eninter, encargada del mantenimiento del ascensor, la placa electrónica es «el cerebro» del ascensor, el cuadro de control. «Esta placa tenía más de 20 años y no hay recambio, por tanto hay que sustituir una parte mayor», detalla el jefe técnico.
Del 28 de abril al 21 de mayo hay exactamente 23 días que para Miguel Ángel pueden ser decisivos. Se quedó parapléjico del cuello para abajo hace casi 10 años, pero gracias a su esfuerzo diario y mucha rehabilitación ha logrado ir ganando movilidad entre el cuello y la cintura. «Voy todos los días al Grupo Covadonga y hago ejercicio», aclara, pero está preocupado porque «en este mes perderé toda la fuerza que tenía y a ver cómo me arreglo».
Miguel Ángel no es el único que lo está pasando mal. En su edificio hay otros tres vecinos con movilidad reducida que utilizan silla de ruedas, una mujer mayor que padece vértigo y un hombre de 88 años que acaba de enviudar hace un mes y que «cada vez que tiene que subir o bajar es matarlo. Aquí estamos todos encerrados», lamenta y pide a los técnicos que aceleren la reparación del ascensor.
Él ha recibido la ayuda de los bomberos en dos ocasiones, pero «los demás se quedan en casa y punto» porque, aparte de no tener ascensor, cuando hicieron la obra para instalarlo «hubo que hacer una curva un poco extraña y es muy difícil tanto subir como bajar». De hecho, «tenemos solicitados unos pasamanos para poder cogernos cuando suceda una cosa así y poder agarrarnos a algún sitio para subir y bajar las escaleras», añade.
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