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Cuando José Ramón Fernández pensaba en su jubilación se imaginaba viajando con su mujer, Rosa, y disfrutando del tiempo libre después de toda una ... vida dedicado a la construcción. Sin embargo, a sus 70 años, ese sueño aún no ha podido cumplirlo. ¿El motivo? Una espera de cinco años por una operación de cadera en el Hospital San Agustín que no acaba de llegar y que ha generado en él y en su familia «un desgaste tremendo» y la sensación de desamparo y castigo de la administración.
Los problemas de cadera de José Ramón se remontan al 2017, cuando el esfuerzo de más de cuarenta años de trabajo comenzó a provocarle dolores. Tras varias consultas, en 2021 acudió al área de Traumatología para operarse el lado derecho de la cadera, el cual se encuentra muy desgastado y apenas le permite caminar. «Nos atendió un médico joven muy amable que nos comentó que me iban a derivar a otro sitio pero que no lo aceptase porque me iba a operar él», recuerda.
A las dos semanas José Ramón recibió una llamada en el que le ofrecían derivarlo a la Cruz Roja de Gijón para su operación, la cual rechazó, tal y como le habían dicho. Desde entonces, espera cada día a que suene el teléfono y que al otro lado le den una fecha para operarle.
A pesar de no pasar por quirófano, las visitas a Urgencias y a Traumatología no han cesado en estos años. Tampoco al área de Atención al Paciente donde José Ramón interpuso en 2023 una queja cuya respuesta aseguraba que ese verano los quirófanos se abrirían por las tardes para agilizar las operaciones, pero tampoco surtió efecto. «Llevamos cinco años castigados, es un escarnio lo que están haciendo con nosotros», asegura su mujer Rosa, que junto a su hijo, José Ramón, se encargan de cuidar de este vecino de Las Bárzanas que «en 40 años que estuvo trabajando nunca necesitó de la Seguridad Social».
Durante estos años, en los que su situación se ha agravado, José Ramón es prácticamente dependiente. Primeramente, de su bastón, del que se ayuda para caminar. En segundo lugar de su familia, que se encarga de bañarlo, acostarlo y subirlo por las escaleras de su casa. Y en tercer lugar, de la medicación, la cual apenas le calma ya que «primeramente me dieron parches de festinado que casi me vuelven loco». Dos dosis de morfina y Nolotil en función de sus necesidades, así como infiltraciones de vez en cuando conforman el día a día de José Ramón.
El agotamiento y la impotencia se unen a la sensación de culpa por haber rechazado la cita. «Si lo hubiésemos sabido hubiésemos dicho que sí cuando llamaron de Gijón», afirma su hijo, que agradece el trato «siempre amable» por parte de los profesionales del hospital . Por el momento el pasado abril José Ramón volvió a realizarse un preoperatorio, pero teme que la llamada no llegue este año. «Nunca pensé que una cadera pudiera doler así», lamenta.
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