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Que la paternidad de hoy está a años luz de la de nuestros padres es una de esas obviedades que cae por su propio peso. ... En aquella generación ni siquiera existía el concepto de padre ausente y ahora la mayoría de los progenitores viviría como una catástrofe perderse algún capítulo importante de sus vástagos. Muchos han desembocado en esa crianza exigente que los expertos llaman «intensiva», en la que la obligación de cubrir hasta la última necesidad -quizá más bien el último deseo- de los hijos les lleva a vivir con la lengua fuera. En semejante marco, ¿quién se anima a ir a por el segundo?
«Cada vez somos más conscientes de la importancia de la crianza, la relevancia que tiene estar presentes para validar las emociones, para acompañar», explica la psicóloga Silvia Álava. Eso requiere más tiempo, más dedicación, más esfuerzo. «En ocasiones estamos malentendiendo esa crianza y nos vamos a un término más sobreprotector. Esa idea de 'como a mí no me cuesta nada ya se lo hago yo que ya tendrá tiempo para sufrir'. No es una crianza consciente si acabamos en 'ya te resuelvo yo todo'. Eso tiene unas consecuencias negativas». Por un lado, reducimos la autonomía de los peques y además estresamos a los padres hasta el límite. Y, si eso pasa con uno, con dos o tres es un imposible.
Los datos de 2023 detallan que las mujeres españolas tienen 1,09 hijos. Al margen de ese aire surrealista que tienen las medias, la conclusión es que impera el modelo de hijo único. Según el INE nacieron 323.034 bebés en España en 2024. El año anterior fueron 320.606, la cifra más baja -atención al dato, que viene curva- desde 1941. Hay múltiples factores que nos han llevado a tocar suelo en los registros del último siglo. Echemos un vistazo.
En primer lugar, el sablazo. 334.343 euros es lo que cuesta tener un hijo hasta los 31 años, según un estudio de Raisin. Una niña sale por 324.894. La diferencia, según los autores, se debe a que ellas se emancipan antes y bajan las facturas. Una curiosidad, por si alguno cree que lo caro son los pañales: la franja más prohibitiva va de los 12 a los 18 años, donde los padres precisan de media, 100.000 euros para dar respuesta a los gastos de sus hijos.
En estos gastos, esa crianza volcada en ellos también dispara los costes. Durante siglos, las familias vieron en sus hijos -y en contar con ellos en abundancia- una ayuda para las labores del campo y del hogar. Se veía como una obligación familiar garantizar las manos que harían la cosecha y darían futuro a la casa. Hay estudios que señalan incluso que, cuando la mortalidad infantil comenzó a bajar, se produjo un descenso de la natalidad porque se veía el relevo garantizado.
Hoy en día es lo contrario. Los niños y jóvenes, lejos de ser vistos como ingreso, requieren inversión. Y, en esta crianza volcada en ellos, mucho más. Se les quiere dar lo mejor y allanarles el camino. Es lo que sucede con la educación, que es la segunda gran partida del gasto. Quizá una familia media pueda mandar fuera al niño en verano para que aprenda inglés, pero ¿a los dos? ¿a los tres? Multipliquen.
«La parte económica es muy importante, pero también la edad de la maternidad se ha retrasado y no da tiempo a tener tantos hijos. También hay serias dificultades para conciliar la vida laboral», ahonda Silvia Álava. Hay periodos en que la experiencia suele ser agotadora. Los dos primeros años, por ejemplo. En EE UU se ha puesto de moda el 'two in two', un plan basado en tener dos hijos en dos años para que ese periodo de no dormir, entre otros déficits, se acorte.
Formarse para ser padre -algo impensable en otras generaciones- lleva su tiempo. Hay familias en que se planifica todo. Y quien descarta tener hijos mayor porque teme no seguirles el ritmo. Eso reduce el periodo hábil. Hay más factores que pueden influir, como una lactancia materna dilatada o un colecho prolongado.
Al final, la crianza actual dispara el esfuerzo materno y paterno. Nos volcamos en estar siempre a su lado y no somos omnipresentes. A la misma hora no podemos ir a ver el partido del niño y de la niña. ¿Tenemos solo uno o les enseñamos que la vida es también esto? Igual nos estamos exigiendo demasiado los padres. «Hay que tener cuidado con eso. Tenemos que recordar que los padres perfectos no existen. El hecho de que queramos hacer una crianza consciente ya indica que lo estamos haciendo bien, pero no nos debemos agobiar para no llegar a un apego ansioso», defiende la psicóloga del gabinete Álava Reyes.
«Lo que hay que dejar claro es que tener una crianza consciente no está reñido con tener hermanos. Porque además así aprenderán a compartir y también que no siempre te toca a ti todo. Compartirán la atención de los padres y no pasa nada y eso es bueno», explica. Esto minimiza algunos de los problemas asociados tradicionalmente a los hijos únicos, como el egoísmo o el egocentrismo. «No es bueno que todo gire en torno al niño porque el mundo no gira en torno a él. A veces serás el protagonista y, a veces, no. Sirve para que aprendan a negociar y a ceder porque si no, cuando van al cole, empiezan las dificultades. No son el centro del universo y la bofetada es grande».
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