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Al menos siete vidas se cobró este miércoles el mar ante la impotencia de los servicios de rescate y los ciudadanos de La Restinga, ... en El Hierro, acostumbrados ya a arrimar el hombro cuando llegan cayucos a las costas de su isla. Entre ellos se encontraba el gijonés Javier Iglesias, vecino de esta pequeña localidad desde hace siete años, hasta donde la vida le llevó para abrir su negocio de restauración en un pueblo que, hasta hace poco, era conocido solo por sus escuelas de buceo.
«Estoy cansado de ver desembarcos», lamenta, pero el de el 28 de mayo fue especialmente difícil de presenciar. «Hacia las nueve y media, desde mi casa, oí los gritos. Me asomé a la ventana y era un cayuco que acababan de coger a unas seis millas». Como en otras ocasiones, ante la posibilidad de complicaciones al llegar al puerto, acudió hasta allí para ofrecer su colaboración. Suele ayudar, al igual que otros vecinos, «a la policía, a salvamento marítimo o al personal sanitario». Da igual en qué momento llegue la embarcación: «Voy a colaborar habitualmente cuando llegan de madrugada o entran solas y no hay personal suficiente. Dejo mi restaurante junto a mis compañeros y vamos hasta allí».
El de ayer transportaba a unas 170 personas que luchaban por llegar a territorio español. Volcó justo al desembarcar. «Y cuando parecía que teníamos la situación controlada, a la media hora, el cayuco vuelve a coger forma y se vuelve a girar». Las quince personas que quedaban dentro salieron con vida porque «se formó una especie de burbuja de aire», explica. «Es durísimo», continúa. «Estamos hablando de que hoy (por ayer) se ahogaron aquí, a cincuenta metros de mi casa, siete mujeres y entre ellas varias niñas. Es durísimo ver a los padres gritando porque no encuentran a sus hijos entre 170 personas».
Una tragedia humana que no es la primera vez que sucede y cuyas dimensiones desbordan las capacidades de los servicios locales: a esta población de tan solo 300 habitantes llegaron en 2024 más de 25.000 personas en busca de una puerta de entrada a Europa. En su día tuvieron incluso problemas en el hospital, porque «podías acudir al ambulatorio y que no hubiese médico porque había estado trabajando toda la noche para un cayuco». Está claro que la solidaridad es una más en este pequeño pueblo herreño, pero es un problema «muy grande» que no puede quedar tan solo en manos de los vecinos.
«El 1 de octubre del año pasado volcó otro cayuco muy cerca de aquí pero en alta mar, en el que hubo también muchos fallecidos», cuenta Iglesias. «No es lo mismo que vivirlo dentro del puerto», como sucedió ayer. «Esto te marca para siempre y te hace ver la vida de otra forma».
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