Trump, el presidente que no quería ir a la guerra
Geopolítica ·
Los ataques sobre Irán molestan a los votantes del republicano, que se ha saltado su promesa de no intervenir en conflictosEn su discurso de investidura del pasado 20 de enero, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prometió a la nación que en su segunda ... administración buscaría la paz y pondría fin a las guerras actuales de Ucrania y Gaza. Pero, sobre todo, aseguró que no metería al país en nuevos conflictos. «Mediremos nuestro éxito no solo por las batallas que ganemos, sino también por los conflictos que terminemos, y quizás lo más importante, las guerras en las que nunca entraremos», declaró.
A pesar de ello, el fin de semana pasado ordenó un bombardeo unilateral contra Irán, sin provocación ni justificación, que arrojó 14.000 kilos de bombas en las principales instalaciones nucleares iraníes, con el fin de respaldar a Israel en su propia guerra. Un ataque que viola en toda regla el derecho internacional.
Ha pasado menos de seis meses en el poder y Trump no solo no ha terminado ninguna de las guerras por las que criticó a Joe Biden en su campaña, sino que ha sucumbido al tradicional modo de funcionamiento de los halcones de guerra de reafirmar la hegemonía militar de EE UU. De hecho, en este medio año no se puede extraer evidencia de que haya actuado como un «pacificador».
Con su retórica agresiva, el jefe de la Casa Blanca se las ha arreglado en un corto espacio de tiempo para amenazar a aliados y rivales por igual, con la anexión de sus países o la intervención militar: Canadá, el Estado 51; México, para acabar con el narcotráfico; Panamá, para lograr el control del Canal, Groenlandia, por los minerales; Gaza, «la controlaremos nosotros», y ahora Irán, donde ha exigido incluso la «rendición incondicional» del Líder Supremo, Alí Jamenei.
Por no hablar de la no menos hostil guerra arancelaria con el mundo, que la Administración ha utilizado como un instrumento de coerción política para extraer otras concesiones. En su forma más combativa, Trump se ha servido de los gravámenes como artillería en su pugna con China. Se puede añadir a su contienda global la congelación de la ayuda exterior a unos 161 países, que representan el 83% del planeta.
La estrategia 'paz a través de la fuerza' es un nuevo imperialismo que militariza hasta la política comercial
A pesar de ello, su breve intermediación en favor de un alto el fuego en el conflicto entre India y Pakistán, ha sido exaltada por sus acólitos como un signo de su vocación pacifista, incluso con llamamientos al Nobel, cuando en realidad el gran factor de disuasión para Nueva Delhi pudieron haber sido los aviones de combate J-10C y los sistemas de misiles avanzados chinos en manos de Islamabad.
Los miembros de su Administración definen la estrategia de Trump como la búsqueda de la «paz a través de fuerza», un dogma que suena mejor en el papel que en su ejecución. El propio vicepresidente JD Vance calificó esta semana la 'Doctrina Trump' como el planteamiento de «articular con claridad un interés nacional» y lograrlo con una diplomacia agresiva respaldada por un poder militar «abrumador».
Pero el mandatario no llegó a su segunda Administración impoluto. De hecho, durante su primer mandato mantuvo la ayuda económica y el rearme de Ucrania. También se involucró en el apoyo a las campañas de Israel en la región, con el reconocimiento de los asentamientos en el sur del Líbano y de Jerusalén como capital del Estado judío y su respaldo a la normalización de la ocupación en los territorios palestinos. Y aunque se resistió a la presión de Tel Aviv de atacar a Irán, ordenó el asesinato del general Soleimani, pieza clave de la Inteligencia militar de Teherán.
Un doble juego
Tampoco ha contribuido a la paz la inexperiencia de la mayoría de los enviados de Trump y miembros de su gabinete. Y se ha revelado también un doble juego en el que mientras la diplomacia se intensificaba se desarrollaban procesos que la saboteaban. Como enviar armas y proveer Inteligencia militar a Ucrania cuando se pretende negociar un acuerdo de paz con Rusia. El alto el fuego en Gaza, coreografiado para que coincidiera con la inauguración de Trump, también llevaba una cláusula adjunta secreta que permitía a Israel violarlo cuando quisiera.
El Gobierno se saltó además las negociaciones con Teherán sobre su programa nuclear para lanzar un ataque en apoyo a la ofensiva militar de Israel, de la que Trump tenía conocimiento mientras pretendía impulsar la paz a través del diálogo. De igual modo, cuando los hutíes de Yemen atacaron a Israel por las atrocidades de su guerra en Gaza, Trump ordenó bombardearlos.
El presidente llenó su segunda Administración de conservadores comprometidos con el aislacionismo, el nacionalismo económico proteccionista, los aranceles comerciales, las restricciones a la inmigración y el retorno a los valores tradicionales. El magnate ha invertido mucho de su capital político en la diplomacia con Irán, y en lograr un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania para tratar de elevar el papel de la superpotencia americana como policía del mundo. Sin embargo, sorprende que al final la doctrina del intervencionismo militar haya prevalecido en sus decisiones.
A la espera de ver cuáles son las consecuencias del ataque contra Irán, lo que sí ha logrado ya Trump es agrandar la desconfianza de Teherán y del resto del planeta sobre la nueva América, baja en fiabilidad. El mundo ha tomado la medida del magnate: larga en hostilidad, breve y escasa en resultados.
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